Terminada la primera guerra mundial se planteó la difícil tarea de la reconstrucción. Ésta se vio obstaculizada por dos problemas: las enormes deudas contraídas entre los aliados y el tema de las reparaciones que Alemania debía pagar.
Los países vencedores crearon una comisión de reparaciones que fijó el importe en 132.000 millones de marcos oro. Sin embargo, la economía alemana no podía hacer frente al pago de una cantidad tan elevada. Reino Unido era partidario de reducir sustancialmente esta suma, pero Francia exigía el pago íntegro de las reparaciones.
A finales de 1922, Alemania se retrasó en los pagos, lo que provocó que un ejército franco-belga ocupara la cuenca del Ruhr. Esta ocupación, además de aumentar la tensión internacional, agudizó los problemas de la precaria economía alemana al desencadenar una hiperinflación.
Alemania respondió a la ocupación del Ruhr con la huelga general y el gobierno alemán recurrió a la continua emisión de moneda lo que provocó que el marco perdiera todo su valor y los precios subieran a un ritmo asombroso.
Este callejón sin salida obligó a las potencias vencedoras a reconsiderar el tema de las reparaciones. Los aliados acabaron aprobando el Plan Dawes (1924) que, pese a mantener la cuantía total de las reparaciones de guerra, facilitaba su liquidación porque reducía sustancialmente los pagos anuales y creaba vías para la concesión de créditos, sobre todo norteamericanos, a Alemania, lo que permitirá la recuperación de su economía y el pago anual de las reparaciones.
El Ruhr fue evacuado por las tropas francesas en 1925. Ese mismo año se firmaron los Acuerdos de Locarno, que inauguraban una etapa de concordia internacional. En 1929 el Plan Young reducía el importe de las reparaciones y, en 1932, la Conferencia de Lausana puso fin a las indemnizaciones.